miércoles, 17 de marzo de 2010

Eneas en los primeros doce cantos de la Iliada

Iliada II, vv.819-821

De los dardanios el jefe Eneas, el noble hijo de Anquises, / a quien por obra de Anquises alumbró Afrodita, de casta de Zeus, / la diosa que había yacido con un mortal en las lomas del Ida.

Iliada V vv. 166-ss

Lo vio Eneas arrasando las hileras de guerreros / y echó a andar entre la lucha y el fragor de las picas / buscando a Pándaro, comparable a un Dios, a ver si lo hallaba, […]
Díjole, a su vez, el ilustre hijo de Licaón:
-Eneas, consejero de los troyanos, de broncíneas túnicas [….]
[Salen en un carro para combatir a Diomedes. Pándaro cree haber herido mortalmente a Diomedes pero Atenea lo ha protegido este en cambio lanza la jabalina que se incrusta en la cara del héroe troyano que cae muerto con gran estruendo]

V v. 297.
Eneas saltó a tierra con el broquel y la larga lanza, / temeroso de que los aqueos se llevaran el cadáver arrastrándolo. / Asentó los pies a ambos lados, como león fiado de su coraje, / y embrazó la lanza y el broquel, por doquier equilibrado, / furioso por matar a quien viniera a enfrentarse con él, / mientras profería pavorosos alaridos. Asió en la mano una peña / el Tidida, gran hazaña, que no habrían cargado dos hombres / como son ahora los mortales y que él solo blandió fácilmente. / Con ella acertó a Eneas en la cadera, justo donde el muslo / gira dentro de la cadera, cavidad que denominan cótila. / Le machacó la cótila y desgarró ambos tendones; / y la áspera piedra desolló la piel. Y el héroe se quedó / parado, desplomado de hinojos, y se apoyó con su recia mano, / en el suelo; y la tenebrosa noche le veló alrededor de los ojos. / Y entonces habría perecido Eneas, soberano de hombres, si no lo hubiera notado la agudeza de Afrodita, hija de Zeus, / que le alumbró por obra de Anquises, cuando estaba de boyero. / En torno a su querido hijo extendió los blancos brazos / y lo tapó, poniendo delante un pliegue de su reluciente vestido / como bastión para los dardos, por si un dánao, de veloces potros, / le disparaba el bronce al pecho y le quitaba el aliento vital. […]

V vv. 432-453

Diomedes, valeroso en el grito de guerra, atacó a Eneas, / aunque sabía que el propio Apolo tenía las manos sobre él; / mas ni del excelso dios sentía respeto y ansiaba sin cesar / matar a Eneas y desnudarle de la ilustre armadura. / Tres veces arremetió, ávido de matarlo, / y tres veces Apolo repelió con firmeza el reluciente broquel. / Más cuando por la cuarta vez le acometió, semejante a una deidad, / lo increpó con aterradoras voces y le dijo el protector Apolo: / << ¡Reflexiona, Tidida, y repliégate! No pretendas tener / designios iguales a los dioses, nunca se parecerán la raza de los / dioses inmortales y la de los hombres, que andan a ras de suelo.>> / Así habló y el Tidida un poco hacia atrás, / para esquivar la cólera del flechador Apolo. / Apolo depositó a Eneas lejos de la multitud / en la sagrada Pérgamo, donde su templo estaba construido. / Y en tanto que Leto y la sanguinaria Ártemis / en el alto santuario inaccesible lo curaban y glorificaban, / Apolo, el de argénteo arco, fabricó un simulacro / idéntico al propio Eneas y semejante también en sus armas, / y en torno del simulacro troyanos y aqueos, de casta de Zeus, / se destrozaban los bovinos escudos que rodeaban sus pechos, / tanto los circulares broqueles como las aladas rodelas.

V vv. 512-518
A Eneas del muy pingüe santuario inaccesible en persona / lo sacó y en el pechó infundió furia al pastor de huestes. / Eneas se unió a sus compañeros, y ellos se alegraron / al verlo que se acercaba a salvo e incólume / y lleno de valerosa furia […]

V vv. 541-572
Entonces Eneas, a su vez, capturó a unos excelentes dánaos, / a los dos hijos de Diocles, Cretón y Orsíloco, / […]
Cual dos leones que en las cumbres del monte / se crían bajo la madre en las espesuras del profundo bosque, / y la pareja, por apresar bueyes y cebado ganado, / asola los establos de las gentes, hasta que también los dos / mueren a manos de los hombres con el agudo bronce; / así ambos, bajo los brazos de Eneas doblegados, cayeron abatidos, semejantes a elevados abetos.
De la caída de ambos se compadeció Menelao, caro a Ares, / que saltó delante de las líneas, cubierto de rutilante bronce / y blandiendo la pica, a la vez que Ares excitaba su furia / con el propósito de que sucumbiera a manos de Eneas. /
Lo vió Antíloco, hijo del magnánimo Néstor, / y saltó delante de las líneas; temía por el pastor de huestes, / por si sufría algo y causaba un gran fracaso en su empresa. / Entre tanto los dos las manos y las aguzadas picas / ya mantenían frente a frente, ávidos de lucha, / cuando Antíloco se plantó muy cerca del pastor de huestes. /
Eneas no resistió, a pesar de ser un brioso guerrero, / al ver a los dos varones, uno al lado del otro aguardándolo.