miércoles, 17 de marzo de 2010

Sexto Propercio elegía 34 del Libro II

Esta es la famosa elegía del gran Propercio en la que adelanta la gloria de Virgilio. El problema con Propercio es  que es difícil precisar su ironía. El texto en negritas se refiere directamente a Eneida.


¿Cómo va uno a describirle a Amor el rostro de su dueña?
A mi amiga, así, casi me la roban.
Hablo por experiencia, no hay nadie fiel en amor:
todos pretenden a la mujer hermosa y no es raro.
Aquel dios enemista parientes, separa amigos
y provoca guerras fúnebres entre aliados.
Un adúltero huésped hospedó Menelao:
¿Y no se fue la Cólquida con un desconocido?
Tú, Linceo, ¿Has podido, pérfido, tentar
a mi cuita? ¿Y las manos no se te cayeron?
¿Y si ella no llega a resistir con tanta decisión?
¿Podrías seguir viviendo en tamaña vileza?
Párteme el corazón con una espada o envenéname:
¡Deja, ay, en paz al menos a mi dueña!
Puedes compartir mi vida, mi persona,
te admito, amigo, que domines mis asuntos:
Sólo respétame el lecho, te lo ruego, sólo el lecho.
Por rival, no puedo soportar ni a Júpiter.
Hasta yo compito con mi propia sombra que no es nada,
estúpido, porque a veces me encelan celos estúpidos,
Sólo hay una causa, por la que disculpo tan grave traición,
que erraban tus palabras por exceso de vino.
No volverá a engañarme un ceño de vida severa:
Todos saben ya lo bien que sienta amar.
II, 34 B
¡Mi propio Linceo está loco de amor tardío!
Me alegra que tú al menos frecuentes mis dioses.
¿De qué te valdrá ahora tu saber de Socráticos
libros o poder hablar del transcurso de las cosas?
¿De qué te sirven los versos selectos del Erecteo?
En un amor profundo, nada ayuda vuestro anciano.
Tú imitarás a Filitas glosador de las Musas,
es mejor, y los sueños del sencillo Calímaco.
Pues aunque cuentes otra vez del Etolio Aquelao,
cómo fluyó su caudal quebrantado de amor profundo,
y cómo el Meandro tortuoso por el campo Frigio
erra y esquivan sus aguas hasta el cauce,
y en qué forma Arión, el caballo hablador del triste
Adrastro, venció en los funerales de Arquemor,
no te servirán el orgullo de la cuádriga Anfiarea,
o las ruinas tan gratas a Júpiter de Capaneo.
Deja de engarzar palabras de coturno Esquileo,
deja, y fragméntalas en coros líricos.
Empieza ya a incluirlas en molde ajustado,
y atiende tus pasiones, poeta insensible.
Tú no irás más a salvo, que Antímaco o que Homero:
Una chica orgullosa desprecia hasta a los grandes dioses.
Mas no sucumbe un toro al arado agobiante,
antes de que sus cuernos ligues con fuertes sogas,
ni tú podrás soportar amores implacables:
Que antes habré de dominar tu agresividad.
Ellas no suelen preguntar la razón del Universo,
ni por qué esfuerzan sus corceles la luna y su hermano
ni si va a quedar algo tras las fatigas Estigias,
ni si estallan los rayos lanzados por decreto.
Mírame, yo heredé de mi casa una pequeña fortuna
no un triunfo de mi abuelo en un Marte remoto
¡Cómo reino en la fiesta entre un montón de chicas
por un genio al que tú restas importancia!
Válgame dormir tendido entre guirnaldas de ayer,
que un dios certero llegó a mis huesos con sus dardos;
las costas de Accio con Febo por guardián y las naves
del fuerte César, puede cantarlas Virgilio,
que suscita ahora las armas del Troyano Eneas
y los muros plantados en las playas Lavinias.
¡Ceded, autores Romanos! ¡Ceded, griegos!
Nace no sé qué mejor que la Ilíada:
Tú cantas bajo los pinos del umbroso Galeso
a Tirsis y a Dafnis de gastadas flautas,
cómo pueden seducir a las chicas diez manzanas
y un cabrito arrebatado de las ubres que mamaba.
¡Feliz, si compras baratos tus amores con manzanas!
A esta ingrata ya puede cantarle el propio Títiro.
¡Feliz Coridón que al virginal Alexis, las delicias
de su amo campesino, intenta ganárselo!
Aunque él repose, cansado, de su flauta
lo alaban sin esfuerzo las Hamadríadas.
Tú cantas según cánones del viejo poeta Ascreo,
en qué llano crece el trigo, la uva en qué collado.
Logras con tu lira experta un canto semejante
cual el Cintio templa al toque de sus dedos.
No obstante, este género no aburrirá a lector alguno,
ya sea torpe en el amor o experimentado.
Pues en inspiración no es inferior aunque en voz lo sea,
el cisne armonioso cedió al canto espontáneo del ganso.
Varrón, incluso, acabado su Jasón los componía
Varrón llama que abrasaba a su Leucadia;
cantáronlo también las obras del sensual Catulo,
por ellas se conoce a Lesbia incluso más que Helena;
también las páginas de Calvo los difunden,
al cantar las exequias de la pobre Quintilia.
¡Cuántas heridas por la hermosa Licoris, lavó
al morir, Galo, con el agua infernal!
Por cierto, que Cintia está alabada en versos de Propercio,
por si Fama quiere incluirme entre todos aquéllos.